Lunes 5, llevaba mucho tiempo marcado ese día en el calendario, la luna en su punto álgido, un mes de seguimiento y una espera infructuosa en la que me sacó, en el último momento.
El paso se encontraba muy muy tomado, a los piés del arroyo y muy cerquita de la cancilla de la finca, este tunante desde la montería no había querido asomar por su querencia natural en su querida mancha.
Desde que supe donde andaba le instale un comedero que no había tocado ni una sola vez, con lo que había que ganarle la partida en esos pasos.
Como os había dicho lo intenté por primera vez quince días atrás y me sacó en el último momento, justo antes de asomar por el cañero que había fabricado tras pasar una y otra vez, día tras día por ese lugar.
Lo dejé descansar y elegí la fecha, cinco de Diciembre, luna intermedia de creciente a llena.
Baje temprano al coto, preparé todos los cacharros en el coche y cargué el rifle, era temprano, las 5 y media de la tarde, pero sabía que mi peludo paseante se desencamaba antes de ocultarse el sol, ya que la última vez lo escuché protestar a su escudero sobre las 6:15, así que presto tomé rumbo de la postura, intentando posar los piés en el suelo lo menos posible y dando un pequeño rodeo para no dejar rastros.
Al llegar pude comprobar como una vez mas había entrado por la gatera de la alambrada hacia el arroyo, con calma acomodé la silla y me puse toda la ropa que llevaba, preparándome para pasar una fría noche, la chaqueta, por ahora la puse encima de mis piernas, cuando ya la pelona se deje notar, me la pondré.
La tarde caía y pasaban toda serie de animalillos procedentes del pantano, garzas, cormoranes, patos salpicoteados entre las nubes de estorninos que se encaminaban hacia sus dormideros. Una amalgama de sonidos me hipnotizaba por momentos mientras los molestos mirlos exaltaban con sus cantos chirriantes en busca de sus aposentos. La noche y el frío avanzaban dados de la mano.
Me puse un segundo par de guantes mientras la vista se adaptaba a la poca luz que quedaba, la luna, ya brillaba en lo alto del firmamento que muy de cuando en cuando se oscurecía debido al rápido paso de alguna nubecilla pasajera, el silencio y la noche, se hacían dueños del entorno.
La oscuridad, esa oscuridad sepulcral que todo lo envuelve, y esos sonidos del silencio, esos murmullos que el monte nos envía a los oídos, esas señas, hoy, no llegaban. La tranquilidad era demasiada cuando el reloj marcaba ya las 7 de la noche, aquello no era normal ya que sabía que mis invitados no tardaban demasiado en salir de sus encames, me estaba empezando a molestar aquella tranquilidad.
De repente, algo perciben mis oidos y mi vista hace fuerza por vislumbrar una sombra que parece moverse en el lindón de mi derecha, la luna ya alumbra altiva y cuando sale de las sombras, puedo adivinar la silueta grácil de un conejo que se encamina presto hacia la verde hierba que ya ha crecido en el borde del arroyo. Allí permanece unos minutos hasta perderse de vista.
Un claro crujir de palos, me pone en alerta y un mirlo sale espantado en la lejanía, ahí están, son las 7:20, hoy vienen con retraso. El silencio continuó torturándome hasta que un gruñido muy próximo volvió a llamar mi atención, ahora el reloj marcaba las 7:35, no hubo más respuestas.
El frío ya azotaba todo mi cuerpo envuelto en mil capas, camisetas, camisa, jersey, polar, chaleco y chaqueta me adornaban como un árbol de navidad pero de poco servían, una fina capa de agüilla se había instalado en toda la superficie de mi visor y la podía moldear perfectamente con el borde de mis guantes, ¡menuda helada!, pero mis músculos seguían inertes y mis sentidos pendientes de los sonidos del fondo del barranco.
Un nuevo gruñido emergió de las profundidades de aquel barranco para llegar a mis oídos, había que permanecer estatua de sal, eran las 7:56, llevaba mas de media hora en tensión y aquello se estaba alargando un poco mas de la cuenta, así que empecé a mover de cuando en cuando el dedo índice y mis brazos por turnos, para que si llegase el caso, respondiesen en el momento adecuado.
Un nuevo murmullo sin determinar llegó desde la espesura, había que aguantar, estaban ya cerca y venían camino del paso, de su perdición. El reloj marcaba las 8:12 la última vez que se encendió para permanecer inmóvil a la vez que un claro caminar entre hojarasca se dirigía hacia la gatera, sé que es el escudero, he visto sus huellas, por lo que muy lentamente coloqué el rifle cara al caño y me posicioné en estado de alerta, el ruido de los alambres me sonó a música celestial y cuando de entre las sombras asomó al claro aquel cochino supe identificarlo como pequeño, no me moví, este salió y se puso a mordisquear la hierbecilla donde horas antes había rondado el conejo. Merodeaba de aquí para allá mordisqueando cuando de nuevo sonaron los alambres, ahora si, este si, un sudor frío recorría mi espalda, el corazón se aceleraba por momentos y el ojo buscaba la retícula en la claridad de la noche, le metí la cruz del visor en el cogote cuando me di cuenta de que era muy parejo en tamaño al anterior, ¡maldición!, es una cochina con su cría, pensé por momentos, este ídem del anterior se puso a enredar por allí.
Poco a poco el primero venía acercándose a mi por mi izquierda, mientras un nuevo sonido de hojarasca indicaba que ahora iba a hacer aparición en plaza otro nuevo invitado, hice de nuevo el gesto de encarar al escuchar los alambres para comprobar si era otro hermano de los anteriores, cuando entre la sombra hizo aparición esta vez si, un cochino de gran porte, lo meto en el visor e intento adivinar si es macho o hembra, pero el primero se aproxima sin dilación, ha tomado la vereda en la que estoy puesto, me va a sacar, así que tomo la directa y enciendo la luz a la vez que el pequeñajo pega un bufido de aupa, ¡alerta! todo el mundo cerdas de punta y el arreón es inminente, el cochino, macho, digo bien porque lo primero que le vi fueron los testículos al correr, sale como alma que lleva el demonio, ahora si, corro la mano y el humo de la pólvora y el vaho de la deflagración me ciega por momentos, ha quedado en el sitio. Apago mientras los dos escuderos llaman a su amo desde la cobertura de la espesura de la mancha. Ya no volverá, pienso mientras sigo inmóvil desde mi silla. Aguardo a que se marchen y me levanto, cuando llego, compruebo que efectivamente era el, mi perseguido, el que me ha tenido entretenido este último mes y medio. Ahora me queda mucho trabajo por delante. Mañana monteamos.
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